jueves, 20 de agosto de 2009

escribir todo de nuevo

El chillante y glorioso timbre de la escuela sonó. Cursábamos el quinto año de secundaria en una escuela nacional, el ruido de las carpetas y el gris oscuro de nuestros pantalones impulsaban a crear una atmosfera como de cárcel, cautiverio, colegio.

- Oe!, ¿qué vas hacer mañana en la tarde?- me preguntó el Burrito, mientras metía sus cuadernos sin forrar a esa mochila azulada que traía desde hace 3 años atrás.

Al Burrito lo conozco hace 2 años, me lo presentó mi primo. El Burrito es una leyenda en el colegio, ha repetido 3 veces y parece que se va a jubilar en él (¿por qué crees que le dicen “Burro”, pes weón?).

-Pues, no sé, comer, salir, ir al colegio… por ejemplo- le respondí sarcásticamente, haciéndome el desentendido.

No era, ni será la primera y última vez que me digan para “tirarme la pera”, ya lo hice antes: para continuar la juerga de ayer, para ir a nadar en el río, o para jugar una pichanga contra otro colegio.

-No jodas pues Javier, sabes a qué me refiero.

-Jajaja, si ya sé.

-¿Te apuntas?

-No sé, ya estoy faltando 5 veces en lo que va del mes.

- Ya no te hagas la consentida de papi, si tus viejos ni paran en tu casa.

Hubo un instante de silencio, era como si me estaría echando en cara o dándome una justificación para mis malos actos, pero lo peor era que tenía razón. Un grupo de niños de sexto año pasó corriendo entre nosotros, empujando y gritando a quien se entrometiera entre ellos y la puerta.

-Habla ¿vas?

-Ya.

-Serio, después no vengas con que tu conciencia te hace una mala jugada y….

-Sí, voy a ir

-Bueno.

-Y ¿a dónde?

-Este conche….

-Jajaja es que no sé pues weón.

-¿Tonces por qué dices que sé?, vamos al Trocadero, a matar reses

-No jodas ¿serio?

-Si weón, ¿ya fuiste?, o eres…- sonrió maliciosamente, haciendo un gesto con su mano.

-Jajajja, no soy como tú, es solo que nunca se me presentó la oportunidad para ir.

-Yaaaaaaaaa…

La conversación se prolongo todo el trayecto en el carro, sobre el mismo tema, el Burrito cuestionando mi hombría y virilidad, y yo tratando de dar explicaciones a sus tontas preguntas y acusaciones. La tarde la pasé entre tareas, ver tele y pensando en mi “debut en las ligas mayores”, porque en el mundo de los “macho men”, ser casto no es un privilegio, es un rango, y muy alto.

Recuerdo que una vez mi primo me dijo “Mira primo, cuando aprendes a conducir una moto, te compras o alquilas las más baratas, los maltrataditas, porque es para practicar, pero cuando quieres uno para ti, te compras el más lujoso, el más chévere, el cero kilómetros, lo mismo pasa con las jermas, tienes que practicar, ensayar, experimentar, para lucirte con tu esposa; eso sí, las demás con las q te acuestas son por mientras, pero tu esposa tiene que ser un ángel, ¿o quieres pasar el resto de tu vida con una puta?” Al principio no comprendía esa comparación entre una moto y un ser humano, tenía apenas 12, pero con el tiempo lo fui captando, al igual que descubrí la misma comparación en un libro. Creo que mi primo lo leyó pero no lo comprendió.

El día cero nos reunimos en el paradero del colegio: el Loco, el Burrito, Miguel y yo. Tomamos un carro con dirección al aeropuerto (“‘ta lejitos pero es uno de los mejorcitos”), y nos bajamos en un local algo “caleta”. Nos cambiamos de ropa y nos apresuramos a entrar. Había gente de todo tipo: desde viejos verdes, gordos hambrientos de sexo y jóvenes con ansias de debutar, algunos atisbaban desde las ventanas. Otros, más osados y conchudos, abrían las puertas de los cuartos y se ponían a ver, al menos hasta que alguien los votaba.

-Traes una cara de aguantado – me dijo el Loco, sonriendo.

-Todos traen plata ¿no?- gritó el Burro, frotándose la mano.

- Claro pues, sino cómo…

-Tonces’ hagan una chanchita pa’ pagarme.

-No jodas pues, Burro, tú invitas y no traes plata.

-Es que debía a la tía del cebiche y ahí se fue todo, toy aguja…

- Ya yo te pago Burro – dije algo desganado.

-Sssseeeee mi pata Javier, a ver muchachos, a servirse.

Entramos a una especie de local-casa, algunos se encontraban sentados, viendo un video no apto para menores, esperando que su “caserita” se desocupara, mientras que otros pasaban mirando a las chicas, que se exhibían en ropas provocadoras, sin decidirse aún.

- Burrito, mi hijo ¿otra vez por acá?

Una mujer voluminosa y de unos 40 aproximadamente, se acercó muy coquetamente hacia nosotros, abalanzándose cariñosamente hacia el Burro.

-Claro pe tía, si hay buen servicio y producto ¿por qué no volver? Muchachos, esta es mi tía la “culombiana”, digo colombiana. ¡Oe tía! por cierto, te traigo a mi pata Javier que va a debutar, y a ver si me separas una como para él.

-Justo hace una semana me llego una como para él – dijo mirándome firmemente – Sígueme.

La mujer me cogió del brazo y me llevo a través de un pasadizo, bañado por luces rojizas y violeta, proveniente de los cuartos y las lámparas del pasadizo, el ambiente olía a sudor, a cigarro, a sexo.

-Margarita, Javier; Javier, Margarita. Ahora sí, pagando, pagando, mi hijo, o no hay producto.

Le entregué un billete de 50 soles y me hizo pasar a un cuarto algo desordenado. La chica (mejor dicho, la niña), se sentó en la cama y se comenzó a desnudar, pude ver la figura de sus senos, tan perfectos, que parecieron ser tallados a mano, sus caderas tan impactantes. La abracé. Tenía unas enormes ganas de hacerla mía, la deseaba, mi impulso de hombre me lo exigía, pero me detuve, no pude al ver sus ojos, todavía podía sentir esa ternura, esa pureza, esa calidez, que irradiaba de ellos. Paré. Me quedé ahí. Me levanté y me vestí, mientras ella miraba asustada y algo sorprendida.

-No te preocupes, son cosas mías – le dije.

Pude vislumbrar de reojo que bajaba la cabeza y se comenzaba a vestir.

-¿De dónde eres?

-De Nauta – me respondió temerosa.

-¿Cuántos años tienes?

-16.

-¿Podemos hablar?

-Sí.

No me importo gastar 50 soles para solo charlar. Hablamos sobre la vida, sobre que le gustaría hacer y ser, sobre si tenía novio, si alguien le gustaba, no le bombardeé con preguntas de cómo llegó a ese lugar, si está mal lo que hace, ni comencé con un sermón. No me gusta hacer revivir malos recuerdos, al menos la desconecté de su presente por unas horas. Al menos me desconecté yo mismo de mi realidad.

Ahí momentos en los que te gustaría que la vida sea un libro, una novela, en la que tú, como autor, decidas la suerte de otros, pero no siempre es así, la última vez que supe de ella fue en el noticiero; había llegado del trabajo, no quise ver. Quería recordarla tal como era, tan dulce, tan joven, tan pura. Cierro los ojos, no quiero ni puedo pensar en volver, pero al menos me puedo refugiar en historias en las que yo soy el rey, y en las que puedo borrar y reescribir.

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