Era una
tarde de agosto, aun lo recuerdo, las nubes negras avisaban que el cielo estaba
triste y no era el único, era mi ultimo día en aquella ciudad de cerros olor
menta y gente de canticos alegres. Aliste mi maleta ordenando de menor a mayor
importancia mis prendas, siempre me criticaron y burlaron, en un buen sentido,
mi forma obsesiva de ver todo en orden, recuerdo muchas veces las risas y los
chistes de mi hermano siendo sarcástico y diciendo con su voz de pito “deja de
hacer esas cojudeces de maricas, se un poco mas hombre y pon como si las webas
tu ropa, capas cuando haces el amor le dices a tu flaca que te espere hasta que
termines de doblar tu ropa que te sacaste”.
El timbre
de mi habitación sonó y me avisaron a través del intercomunicador que una chica
me estaba buscando, me pareció muy raro puesto que nadie sabia de mi llegada.
Salí
con mi jean del día anterior y unas pantuflas con cara de osito, es allí cuando
la vi, vestía un polo morado y un jean rasgado, me dijo –hola-, se podía
escuchar en su voz una pisca de miedo y tristeza-¿podemos hablar?- me preguntó,
a lo que le conteste asentando mi cabeza. Salimos hacia la calle, cada paso que
daba retumbaba mi corazón, sabía de que quería hablar, sabía sus preguntas y
temía mis respuestas; mientras me acercaba a doblar aquella esquina del chifa
donde comimos por última vez escuche los rayos y truenos retumbando a lo lejos.
Eres
bien lindo, quisiera estar siempre así; escuché su voz en mi mente, estaba
sumergido en una analepsis que no podía escapar, mis manos sudaban pero no podían
notarse pues las gotas de lluvia las disimulaban.
Siempre
estaremos así, esa era la frase clave pronunciada por mis labios, pude ver su
rostro de niña riendo, y mi rostro de infante reflejado en el charco de lodo
producido por nuestras travesuras de antaño, mis manos sostenían sus pequeños
dedos y sus uñas reflejaban un intenso carmesí. Una voz me decía que tenemos
que irnos, el carro saldrá, era mi madre despegándome de aquella tierna despedida;
espérame siempre, nunca me olvides le dije, nunca me olvides te dije.
Un estruendo
me regresó a la realidad y mientras el monzón de aquella tarde de agosto
empapaba tu cabello y tus ojos color caramelo, pude atisbar en tu retina mi
rostro mirándote fijamente, voltee hacia el suelo y mire hacia la nada, pero
pude sentir en el calor de tu voz diciéndome, suplicándome, que no parta, sentías
la necesidad de imaginar mi pecho junto al tuyo un día mas.
No puedo
te respondí, me miraste fijamente y me abrasaste en un interminable deseo de no
querer perderme, se feliz atine a decirte mientras te arrancaba de mi pecho y
escuchaba el sonido de tu corazón rompiéndose. Sucumbiste en un llanto imperceptible por las
gotas de lluvia que regaban tu rostro, y volteé, para nunca más volver.
Aunque
postrado en la cama del hospital y con la hipocresía reflejada en los rostros
llorosos de mis hermanos, que predican que pronto me parare, todavía proyecto
tu rostro en mi almohada.
Era una
tarde de agostos, aun lo recuerdo, cuando fuiste feliz dejándome ir