martes, 4 de septiembre de 2012

Era una tarde de agosto, aun lo recuerdo



Era una tarde de agosto, aun lo recuerdo, las nubes negras avisaban que el cielo estaba triste y no era el único, era mi ultimo día en aquella ciudad de cerros olor menta y gente de canticos alegres. Aliste mi maleta ordenando de menor a mayor importancia mis prendas, siempre me criticaron y burlaron, en un buen sentido, mi forma obsesiva de ver todo en orden, recuerdo muchas veces las risas y los chistes de mi hermano siendo sarcástico y diciendo con su voz de pito “deja de hacer esas cojudeces de maricas, se un poco mas hombre y pon como si las webas tu ropa, capas cuando haces el amor le dices a tu flaca que te espere hasta que termines de doblar tu ropa que te sacaste”.
El timbre de mi habitación sonó y me avisaron a través del intercomunicador que una chica me estaba buscando, me pareció muy raro puesto que nadie sabia de mi llegada.
Salí con mi jean del día anterior y unas pantuflas con cara de osito, es allí cuando la vi, vestía un polo morado y un jean rasgado, me dijo –hola-, se podía escuchar en su voz una pisca de miedo y tristeza-¿podemos hablar?- me preguntó, a lo que le conteste asentando mi cabeza. Salimos hacia la calle, cada paso que daba retumbaba mi corazón, sabía de que quería hablar, sabía sus preguntas y temía mis respuestas; mientras me acercaba a doblar aquella esquina del chifa donde comimos por última vez escuche los rayos y truenos retumbando a lo lejos.
Eres bien lindo, quisiera estar siempre así; escuché su voz en mi mente, estaba sumergido en una analepsis que no podía escapar, mis manos sudaban pero no podían notarse pues las gotas de lluvia las disimulaban.
Siempre estaremos así, esa era la frase clave pronunciada por mis labios, pude ver su rostro de niña riendo, y mi rostro de infante reflejado en el charco de lodo producido por nuestras travesuras de antaño, mis manos sostenían sus pequeños dedos y sus uñas reflejaban un intenso carmesí. Una voz me decía que tenemos que irnos, el carro saldrá, era mi madre despegándome de aquella tierna despedida; espérame siempre, nunca me olvides le dije, nunca me olvides te dije.
Un estruendo me regresó a la realidad y mientras el monzón de aquella tarde de agosto empapaba tu cabello y tus ojos color caramelo, pude atisbar en tu retina mi rostro mirándote fijamente, voltee hacia el suelo y mire hacia la nada, pero pude sentir en el calor de tu voz diciéndome, suplicándome, que no parta, sentías la necesidad de imaginar mi pecho junto al tuyo un día mas.
No puedo te respondí, me miraste fijamente y me abrasaste en un interminable deseo de no querer perderme, se feliz atine a decirte mientras te arrancaba de mi pecho y escuchaba el sonido de tu corazón rompiéndose.  Sucumbiste en un llanto imperceptible por las gotas de lluvia que regaban tu rostro, y volteé, para nunca más volver.
Aunque postrado en la cama del hospital y con la hipocresía reflejada en los rostros llorosos de mis hermanos, que predican que pronto me parare, todavía proyecto tu rostro en mi almohada.
Era una tarde de agostos, aun lo recuerdo, cuando fuiste feliz dejándome ir